La historia del Estadio Azteca es el relato de una visión que se impuso a la adversidad. Una obra monumental que, más allá de su función como recinto deportivo, se convirtió en símbolo de la modernidad tricolor y del poder de convocatoria del futbol.
A casi 60 años de su inauguración, y hoy a un año del Mundial 2026, el arquitecto Luis Martínez del Campo, director de la construcción a inicios de los sesentas, rememoró con emoción y detalle los retos que implicó construir el Coloso de Santa Úrsula.
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Estadio Azteca: Un sueño que nace del futbol y la televisión
Todo comenzó en 1956, durante un torneo panamericano de futbol en C.U. La asistencia desbordó el aforo: 90 mil personas entraron en un espacio diseñado para 70 mil, y 40 mil más quedaron fuera, para un México vs. Costa Rica. Así nació la idea de Telesistema Mexicano (hoy Televisa) para televisar el resto del torneo, para luego concebir la construcción de un gran estadio.
“Fue un exitazo, se rompieron todos los ratings, o como se llaman, de televisión en vivo, del auditorio en vivo, y con esos datos tan importantes, esos antecedentes, pues los magnates del futbol en México, y de los sistemas televisivos, vieron la gran oportunidad realmente de hacer un estadio a la altura de la afición de México; entonces, ahí nació la idea de hacer un coloso de 100 mil gentes”, relató el arquitecto Martínez del Campo.
El proyecto para el Azteca se estructuró con lógica empresarial, por lo que se constituyó la empresa Futbol Distrito Federal S.A, encargada de la licitación, administración y comercialización del inmueble.

Planificación financiera y obstáculos técnicos para levantar al Estadio Azteca
La obra se calculó inicialmente con un costo de 70 millones de pesos, más otros 20 por gastos adicionales y la compra del terreno. Para financiarla, se autorizó la venta del 10% de los asientos a 10 mil pesos cada uno, lo que generaría 100 millones de pesos, superando por 10 millones los costos estimados. Un modelo atractivo, pero que no preveía los obstáculos del terreno elegido.
“La improvisación siempre da malos resultados y la precipitación peor. Bajo ese panorama, se dedicaron de inmediato a buscar un terreno”, mencionó el arquitecto sobre cómo llegaron a la zona del Pedregal de Sánta Úrsula.
Como su nombre lo dice, en el terreno predominaba una gran masa de roca volcánica, además de que la dueña de las hectáreas no vendió el predio donde hoy se ubica la escultura de Alexander Calder, que hace como gran plaza de acceso sobre Calzada de Tlalpan.

Consciente del valor de esa parte, la dueña no quiso vender. Sin embargo, el gobierno federal le expropió el terreno.
“Soliviantado ese asunto, le quedaban otros dos problemas al terreno. Uno es el cantil de roca que se veía desde Calzada Tlapan, con 12 metros de altura. Hubo que volar 180 mil toneladas para poder asentar la masa poniente”, recordó Martínez del Campo.
“Además, lo más que se pudo hacer fue excavar 10 metros de profundidad hasta las aguas freáticas, esa excavación voltearla y compactarla en taludes, en donde se forjó la gradería baja”.
Eso obligó a que la parte pequeña de las gradas fuera la excavada, y la monumental quedara sobre el ras del suelo. En condiciones normales, los estadios ubican tres cuartas partes de sus tribunas en terreno excavado y solo una cuarta parte sobresale de la superficie.
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Ingeniería de precisión y trabajo monumental en el Estadio Azteca
A pesar de todo, la obra avanzó pero los costos se fueron al cielo, según la memoria indeleble de Martínez del Campo a sus nueve décadas de edad.
El estadio se coronó con graderías compactadas, cuatro hileras de plateas bajas y un primer anillo de palcos, sentando las bases de la estructura que hoy sigue vigente, un precio alto que se pagó en lo económico y lo físico; al final, el premio de la inmortalidad de una obra colosal.
“Llegó un momento en que el estadio financieramente quebró, a grado tal que en 1965 se detuvo la obra para reanudarse 6 meses después cuando se consiguió un financiamiento adicional (…) Emilio (Azcárraga Milmo) pagó los intereses de su bolsa, lo cual permitió finalizar el estadio”, añadió.

La inauguración del Estadio Azteca y un legado imborrable
El 29 de mayo de 1966, el Estadio Azteca abrió sus puertas con su primer partido. El arquitecto Martínez del Campo recuerda con claridad que Pedro Ramírez Vázquez, su mentor, no pudo asistir por estar varado en Madrid, por lo que su hijo Javier Ramírez Campuzano, entonces de 12 años de edad, lo representó.
A pesar de que la obra se inauguró en crisis financiera, sin bonos ni recompensas económicas, años después este arquitecto sería recompensado al ser nombrado encargado de reacondicionar los estadios para el Mundial de 1970.
“Me emociona muchísimo haber estado allí; sobre todo, haber tenido la oportunidad de participar desde el principio hasta el final; incluso, al final, el estadio, como les dije, se inauguró quebrado, financieramente estaba quebrado. Se vino a recuperar hasta el 80, 14 años después”.
Un estadio en obra negra pero con césped impecable
El Estadio Azteca ha sido testigo de momentos memorables. Desde misas de Juan Pablo II, peleas de boxeo con 130 mil asistentes, hasta los conciertos de Michael Jackson con medio millón de espectadores en cinco fechas, sin olvidar las Copas Mundiales en 1970 y 1986, un privilegio que solo comparte con el Maracaná de Brasil.
Y otra de sus peculiaridades fue que desde un par de años antes de la inauguración, el césped ya estaba impecable, obra de jardineros mexicanos, a pesar de que los empresarios del Azteca habían traído a un experto británico.
“Los ingleses, expertos en pasto, nos vinieron, entre comillas, a dar clases. Y se fueron recibiendo clases, porque nuestros jardineros de Xochimilco les dieron una lección”, aseguró Javier Ramírez Campuzano.
